¿Mi tierra? 

Mi tierra eres tú.”

Luis Cernuda

(Sevilla, 1902 - Ciudad de México, 1963) 



A la Luz de tu Quinqué

(A Rosalía de Castro)

Concha Méndez

(Madrid, 1898 - Ciudad de México, 1986) 

LETRA

"¡Juntas hemos de llorar

en tu jardín, Rosalía!


A tu Galicia he de ir

a oír la voz de tus rías.

Y entre la lluvia he de ver

la casa donde morías…


A la luz de tu quinqué,

te pienso en noches de frío,

pulsándote el corazón

-¡tan tuyo y también tan mío!-


A la luz de tu quinqué,

te pienso en noches de frío,

pulsándote el corazón, ay,

-¡tan tuyo y también tan mío!-

A la luz de tu quinqué.


Y te pienso en el jardín

junto a tu mesa de piedra.

Tu árbol y tu soledad,

ambos cubiertos de yedra.


Sé que andarás por allí,

por la tu casa vacía,

que no sabe estar sin ti...

iré a hacerte compañía.


 A la luz de tu quinqué,

te pienso en noches de frío,

pulsándote el corazón, 

-¡tan tuyo y también tan mío!-

A la luz de tu quinqué.


A la luz de tu quinqué,

te pienso en noches de frío,

pulsándote el corazón, ay,

-¡tan tuyo y también tan mío!-

A la luz de tu quinqué."


CRÉDITOS

Poema: Concha Méndez

Adaptación y Música: Sensi Falán

Voz: Sensi Falán

Guitarras y Bajo: Carlos López Lirola

Acordeón: Chochi Duré

Percusión: Zeque Olmo

Producción Musical: Sergio Núñez

Atlántida Music

© Causahabientes de Concha Méndez

© Sensi Falán


ARTÍCULO DE ESMERALDA BROULLÓN-ACUÑA, INVESTIGADORA DE LA ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANO-AMERICANOS.

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS. 

CONCHA MÉNDEZ: POETA, IMPRESORA, EDITORA Y DIVULGADORA CULTURAL. DEL LYCEUM CLUB A LA SOMBRA DE SUS CONTEMPORÁNEOS EN EL EXILIO.

En 1926, y durante un convulsivo periodo político, fue fundado en Madrid el Lyceum Club femenino cuyas socias, pertenecientes a la burguesía y a la aristocracia, promovieron acciones artísticas y socio culturales a favor de una equidad entre hombres y mujeres. Entre éstas se hallaba Concepción Méndez Cuesta quien destacaría por su contribución a la revitalización del panorama cultural español durante los años veinte y treinta del pasado siglo XX, así como por la divulgación mediante su labor editorial e impresora, junto a su marido Manuel Altolaguirre, de la Generación del 27. A través de las esferas de la realidad y los sueños proyectados por la poeta madrileña, exploramos la vigorosidad de un proyecto colectivo y personal que, más allá de las fracturas internas, fue catapultado tras la guerra civil y se saldó con el exilio e invisibilización de las mismas.

Concha Méndez y el imaginario cultural del Lyceum Club (Madrid, 1926-1936).

El presente ensayo explora el contexto político y la contribución realizada, a favor de la promoción cultural y la igualdad entre los sexos, por parte de una red de mujeres vinculadas al Lyceum Club y a la Residencia de señoritas de Madrid: doctas que actuaron a favor de la condición femenina, en su propio entorno intelectual aunque proyectando acciones de avances hacia la equidad de género, hasta acabar con sus proyectos en el exilio una vez derrotada la República española. Una diáspora saldada con la invisibilidad de sus aportaciones y obras, con respecto al influjo ejercido por sus coetáneos e igualmente exiliados. De ahí que distingamos la figura de Concha Méndez, no sólo como poeta y escritora entre sus diversas facetas sino también como divulgadora dentro del panorama que le tocaría en suerte sortear, tanto en el exilio como en el periodo de entreguerras en el que irrumpe el Lyceum.1 

El ambiente vanguardista en que se funda el Lyceum fascinaría a sus activas socias y las influenciaría mediante las creaciones artísticas literarias de esa convulsiva etapa en la que éstas decidieron participar y nutrirse a un mismo tiempo. Esta iniciativa implicaba acceder al ámbito de lo público, en declive al papel asignado como ángel del hogar o musa. En consecuencia fueron acogidas con desdén por parte de la institución eclesiástica, de los sectores más conservadores que divulgaron crispadísimos comentarios y fatuas sátiras a través de la prensa, revistas literarias y obras ficcionales, a la vez que provocaron reacciones ambivalentes en su propio entorno intelectual. Pero ello no impidió que durante los años veinte y treinta del pasado siglo XX un grupo de mujeres, pertenecientes a la burguesía y a la aristocracia, destacaran con notoriedad en el panorama intelectual español, tanto a nivel cultural como político, entre los diversos grupúsculos femeninos que se debatían a favor de la igualdad y la justicia social, abriéndose vetas para cuestionar las diferencias de acceso de oportunidades entre hombres y mujeres.

Por regla general, el acceso de las mujeres a la esfera artístico-cultural acaecía por el tamiz de sortearse mediante unas capacidades seductoras o mediante la connivencia por parte del esposo, familiar o colega que las introdujera en el parnaso intelectual. Sin embargo, buena parte de estas féminas destacaron en su rol de poetas, escritoras, periodistas, maestras, juristas, traductoras, intelectuales autodidactas, editoras, cofundadoras de revistas modernistas, etc. La guerra civil catapultó no sólo sus sueños sino los proyectos colectivos e individualmente emprendidos que finalmente les fueron amortizados con el exilio tanto exterior como interior, mientras que la red tejida en esta experiencia les permitió, a pesar de las finales fracturas internas del Lyceum, por un lado, amortiguar el desasosiego del transtierro y, por otro lado, buscar diversas formas de manutención a través de la escritura o la traducción entre otras fórmulas de subsistencia. Sólo por citar algunas pocas de estas profesionales de diversas ramas, escritoras e intelectuales en el exilio se hallaron en similar circunstancia: Ernestina Champourcin, María Teresa León, Zenobia Camprubí, Isabel de Oyorzabal, María de Maeztu, María Lejarrea, Margarita Nelken, Mabel Rick, Victoria Kent, Clara Campoamor, Matilde Huici, Elena Fortún, Victorina Durán, Constanza de la Mora u otras intelectuales cercanas a las socias del Lyceum como María Zambrano. 2 Así como aquellas que manifestaron un permanente desánimo por su propia condición femenina y exilio interior, cuyo ejemplo podemos hallarlo en el testimonio de Carmen Baroja que en su biografía ilustra la insatisfacción contenida en el medio intelectual traído a colación.

El Lyceum se fundó en abril de 1926 en la sede de la Residencia de señoritas que María de Maeztu, principal promotora del proyecto, dirigía. Su irrupción coincidió con la vigorosa actividad de la Residencia de estudiantes para hombres, impulsada además con la Generación del 27, y con la promoción de la Revista de Occidente fundada por Ortega y Gasset en 1923 de la que solo Rosa Chacel y María Zambrano fueron colaboradoras. De modo paralelo, al reducto privado asignado, las socias del Lyceum aspiraban a participar en los movimientos de las vanguardias como en las tertulias de los cafés y con ello incursionaban en el territorio hasta entonces atribuido a la masculinidad: la cultura, lo público y lo político, trascendiendo a su vez el constreñido espacio del salón de té que les habían sido consignados en su condición de género y de clase social. Sin embargo, la mayor parte de las mismas se hallaban ligadas a un ambiente cultural internacional euroamericano, así que la fundación del Lyceum en su línea de promoción y creación de un espacio común para el debate y la proyección de las creaciones artísticas literarias provocó un revuelo en la capital, cuestionándose sus acciones y su reputación, a pesar de que este mismo modelo de organización se remontaba a los Lyceum europeos cuyo centro de gravedad brotó en Londres a comienzo del siglo XX (1904).

Entre las promotoras y socias se hallaba la escritora y poeta Concepción Méndez Cuesta que destaca por su contribución a la revitalización del panorama cultural español durante los años veinte y treinta del pasado siglo y, en especial, por la divulgación mediante su labor editorial e impresora junto a su marido Manuel Altolaguirre de los poetas de la Generación del 27 y cuya contribución quedaría ausente de visibilidad y reconocimiento.3  La trayectoria intelectual que Concha Méndez aspiraba desde muy joven en el campo de las artes y la literatura, trascendía la confinada educación femenina de su medio cultural que se hallaba trazada, en buena medida, a favor del esposo letrado: «Andaremos por siglos siempre juntos / por el camino de la Poesía, / que fue quien nos unió sin darnos cuenta / un ya lejano y luminoso día.»4 Pero a pesar de haber conocido la inequidad y la exclusión o no haber visto estrenadas sus obras teatrales, más allá del espacio del Lyceum, la poeta madrileña mantuvo el firme compromiso de romper con los cánones requeridos a las féminas de su clase social y trascender la ‘buena educación’ recibida a una minoría que, no obstante, limitaba su independencia y autonomía. Por un lado, la confianza en sí misma, tras una pronta toma de conciencia sobre las desigualdades entre hombres y mujeres, y de clases sociales, le permitieron saltar obstáculos como la campeona de natación que logró ser en su juventud. Por otro lado, la permanente búsqueda y convicción de su vocación en las letras y la cultura, pautada por la creatividad y la libertad de unas acciones muy dispersas al mismo tiempo que cercenadas, la harían en cierto modo inclasificable. Sin embargo, la inquebrantable certeza en su propia soberanía la destacan entre las pioneras a favor de la equidad desde la que trataría de consolidar su obra. Así, aleteaba sobre su imaginario un feminismo cuyas teorías no parecía comulgar de modo directo, pero sobre el que se pronunció con lucidez y honestidad.

De sus memorias se trasluce el hecho de que confiaba en su capacidad lírica, mientras creaba un aura de libertad impropia de su tiempo y de su estatus. Además del ambiente intelectual de su generación y de la trotamunda sociabilidad, la poeta madrileña se rodeó de un universo creativo junto a figuras como María Zambrano, Pilar Zubiaurre, María de Maeztu, Lidia Cabrera, Norah Borges, Ramón Gómez de la Serna, Alfonso Reyes, Guillermo de la Torre, Juan de la Encina, Fernando de los Ríos, Irene y Cesar Falcón, etc. Asimismo, su estrecha amistad con la pintora Maruja Mallo durante su juventud, que además de retratarla era su compañera de paseos bajo la impronta transgresora del sinsombrerismo y en un ambiente burgués que no permitía que las chicas salieran solas, la había llevado a recorrer los mundanales barrios de la ciudad como también los cafés predestinados a los intelectuales. Todo ello, al mismo tiempo que dinamizaban y dotaban de fundamento la existencia del Lyceum Club, muy a pesar de los sarcásticos comentarios divulgados contra las mismas en la prensa o el desaire propinado por Jacinto Benavente, que tras ser invitado por las socias del Club obtuvieron la archiconocida respuesta y que Concha Méndez registra en sus memorias: “¿Cómo quieren que vaya a dar una conferencia a tontas y a locas?”5 

Concha Méndez: “ni musa, ni ángel del hogar.” Poeta, impresora, editora y divulgadora cultural.

Concha Méndez transfiere en sus memorias haber recorrido, a pesar de los dramas personales y colectivos a los que asiste su generación en el exilio, una vitalista y renovada experiencia de vida. Vinculada a la esfera de la cultura, las letras y la labor editorial en España y en América durante la primera mitad del siglo XX, su obra artística se inicia en un confinado pero creativo itinerario de joven inconformista y trasgresión del constructo de feminidad que era atribuido a las jóvenes de su clase social.6  La arrojada trayectoria que hubo de trazar concurrió moldeada por una permanente reinvención que hizo de sí misma, bajo las circunstancias sociales que rodeaban a las mujeres de la burguesía en la década de los años veinte y treinta, quienes se hallaban grosso modo circunscritas al papel de musa o ángel del hogar: 7 «Al nacer por la mañana / me pongo un corazón nuevo / que me entra por la ventana. / Un arcángel me lo trae/ engarzado en una espada.» 8 

En el singular ambiente de alacridad de los años veinte y a tenor de las vanguardias, Concha Méndez publicó su primera obra: Inquietudes (1926), un primer poemario del que se desdice en su madurez literaria cuyos versos no serán incluidos en futuras antologías. Dos años después vería la luz su segunda obra: Surtidor (1928), publicada bajo la influencia vanguardista de los poetas de su generación pero sin abandonar la influencia juanramoniana y cuya lírica, en consecuencia, oscilaría entre el clasicismo y la modernidad. Ello quiere decir que su poesía avanzaba entre la senda de la tradición y la vanguardia, mientras que la elección central de los temas aludidos giraba en torno al cosmos de las telecomunicaciones. En resumen, vitalismo y romanticismo, en una aparente contradicción lírica, decantan la voz poética en sus principales versos de este primer periodo.

En 1930 la joven mantenía con firmeza sus preferencias artísticas hacia registros teatrales y cinematográficos y aunque no logró estrenar sus creaciones, ante el gran público, trató de promover un lenguaje interseccional en sus obras, de manera que desafiaba los valores y representaciones adscritas a las féminas. De su primera y segunda etapa acabó prevaleciendo la poesía sobre la prosa además de los cometidos editoriales a los que se entregó junto a Manuel Altolaguirre. Sus iniciales poemarios fueron publicados antes de conocer al poeta malagueño, si bien el periodo álgido y de madurez intelectual de la escritora se sitúa aproximadamente entre 1932 y 1944, tras la proyección reformista de la República junto al creativo ambiente de la Generación del 27, a la que perteneció e internacionalizó de manera activa en la rotatoria editorial del matrimonio Méndez-Altolaguirre.9 Dicho de otro modo, Concha Méndez intervino en la divulgación —bajo imponderables colecciones de libros y revistas— de su grupo intelectual, puesto que ella misma promocionó la difusión de sus obras en las imprentas y editoriales encomendadas por su marido Manuel Altolaguirre, haciendo de ese oficio un arte, durante los años previos a la guerra civil y tras el exilio de la pareja en La Habana y en México D.F.

La singular personalidad de la escritora madrileña, su carácter sorpresivo, pero sobre todo su vehemencia y excentricidad u originalidad en aras de la modernidad que abanderaba en su juventud, la dotarían de un aura de creatividad y fantasía superada por la conexión al surrealismo de la época. En cuanto a su proyección lírica, esta irrumpió en la vanguardia precedida de los años veinte e influenciada por la entusiasta sonoridad de los poetas andaluces que la conquistaron: Rafael Alberti y Federico García Lorca, hasta componer por sí misma, sin una encauzada formación, versos cada vez más personales y depurados, aunque cercanos a una deshumanización artística que permitían trascender la ‘estética sentimentalista’ adscritas de modo estereotipada a la lírica femenina. De una vigorosa madurez lírica reflexiva, donde se atisba tradición y modernidad, su obra adoptó, por otro lado, una impronta memorialista que se vería arrastrada más tarde por los dramas que le acompañaron tras la guerra civil. Un desplazamiento e invisibilidad que aminoraron su sueño de poeta, cineasta y autora teatral entre sus decantadas y también dispersas vocaciones artísticas. No obstante, la tortuosa experiencia sobrevenida y el silencio sobre su obra fueron desafiados en el ritmo de sus versos: «Soledad, yo te siento la mejor compañera; / en tus brazos me apoyo para ser cuanto quiero. / ¡Amparada en tu fuerza, puedo ser yo esa fuerza / que me lleve algún día a habitar un lucero!» 10 

Concha Méndez prosiguió su proyecto de vida a tenor de escritora, ya exiliada, aun siendo reconocida como esposa del poeta e impresor Manuel Altolaguirre: “andaluz fino, de producción poética escasa, de quien nada menos que Luis Cernuda ha señalado como el único español en quien aletea San Juan de la Cruz,” 11  y siendo “tomada en serio salvo como portavoz de la vida de los otros.”12  Durante su trayectoria se le fue significando como novia, esposa, compañera y amiga de ‘notables hombres,’ entre los que destacan Luis Buñuel; Manuel Altolaguirre; Federico García Lorca; Rafael Alberti o Luis Cernuda, al tiempo que la escritora madrileña estrechaba vínculos junto a unas “excéntricas mujeres” como la pintora Maruja Mallo o escritoras y poetas entre las que se hallaban Alfonsina Storni y Consuelo Berges, prologuista de su tercer libro: Canciones de Mar y Tierra (1930). Compilación poética que corresponde a su estancia porteña (1929-1931), cuya experiencia la dotó de la certeza de su vocación literaria como de su propia soberanía. Su empeño por satisfacer el deseo de emancipación vinculado al sueño de viajar por cuenta propia, sin ser concedida la autorización paterna, motivó por parte de su familia el destrozo del retrato que de ella hizo Maruja Mallo. Sola y sin más compañía que, por entonces, su alegre sombra emprendió un primer viaje a la capital británica en 1929 donde permaneció durante seis meses,13 para regresar y continuar su periplo hacia Buenos Aires donde recaló el mismo día de Nochebuena.

Concha Méndez: de la soberanía de un viaje emancipador a la soledad de un viaje hacia el exilio. 

En relación a los aventurados viajes emprendidos por la poeta madrileña, resta decir que el ambiente del que se rodeaba y la intelectualidad que frecuentaba, debió amortiguar la incertidumbre de los proyectos sostenidos en el exterior, pero no hemos de obviar que la determinación emprendida haría posible el mantenerse por sí misma, más allá de un entorno familiar que duramente la había reprendido por asistir a una conferencia en la Universidad. A pesar de ello, la impulsiva joven de la nueva burguesía madrileña decidió viajar sola e inquietó con ello al mismo Ortega y Gasset, quien la asesoró a que esperara el momento de ir acompañada. Durante este periplo y viaje austral se reafirma en su capacidad emancipadora y en su vocación creativa enriquecida por la dedicación a la poesía, el ensayo, la edición de piezas teatrales,14 artículos para la prensa y en particular para La Nación que, en su conjunto, constituyen a su vez documentos de estudio sobre el imaginario de esta época. Asimismo durante esta estancia de dieciocho meses escribió y publicó su tercer libro de poesías, versado en los mismos aires de modernidad que la acompasaron junto a este aventurado itinerario de independencia. Bajo esa coyuntura surge este ‘libro de viajes’ —en el amplio sentido del término—, y de ‘amistades’, bajo el mencionado título: Canciones de Mar y Tierra (1930). Para entonces la autora trataba de confirmarse como poeta adscrita a la última vanguardia, en un ingenuo pulso de similitud con respecto a las creaciones de sus compañeros poetas y en un ambiente escindido entre lo que es la cultura para los poetas y la naturaleza para las poetisas. En ese preciso encuadre trataría de trascender las seductoras y erotizadas voces poéticas, en aras de una identidad caracterizada por una continua reinvención creadora y una forzada superación de sí misma: «Que me pongan en la frente / una condecoración. / Y me nombren capitana / de una nave sin timón (…).» 15 

El libro, cuyo tono se aproximaba a la arrolladora personalidad de la poeta, cuenta con un prólogo de Consuelo Berges e ilustraciones de Norah Borges y fue recibido con entusiasmo por parte de la prensa. Así que, en mayor medida, desde nuestra óptica, podemos valorar la oportunidad que tuvo que haber sido esta estancia trasatlántica como un punto de inflexión en su trayectoria personal y profesional. El retorno coincidió no sólo con el exultante ambiente de la II República (1931) sino también con su matrimonio (1932) con Manuel Altolaguirre, iniciándose un fructífero periodo para ambos.16 

En 1932 a modo cronológico de una segunda etapa donde el vanguardismo comenzaba a ser relegado por una humanización del arte, la poeta madrileña ya de regreso a la España republicana introdujo en su poesía innovaciones que transfieren la cosmovisión de relaciones más armónicas e igualitarias. Bajo ese proceder, desplazaría la interpelación de la anterior lírica hacia otros universos, tal como se constata en algunos de los poemas de su cuarta obra, prologada por Juan Ramón Jiménez: Vida a Vida (1932), cuyo eje central, además de un viraje hacia la espiritual poética española, gira en torno al amor o la soledad: «Síntesis de las horas. / Tú y yo en movimiento / luchando vida a vida, / gozando cuerpo a cuerpo.»17 La poeta deja atrás la experiencia transeúnte de la vanguardia y la modernidad, para aterrizar frente al nuevo escenario y a los cambios que la asisten en lo político y en lo personal;18 aunque lo personal, no deje de ser un asunto político, de manera que Concha Méndez y Manuel Altolaguirre prosiguieron juntos en una pequeña imprenta para innovar, que diríamos hoy, el ámbito editorial y encauzar su aventura empresarial junto a la poética más creativa de ambos entre España e Inglaterra, antes del estallido de la Guerra Civil.

A pesar de los desaires así como la prolongada sombra soportada por el brío de sus coetáneos, en 1936 y después de la pérdida del primer hijo (1933), su poemario Niño y sombras (1936) transita del goce vivido a la angustia de la soledad, tras la pérdida y la fragilidad que comienza a experimentar. El libro sale a la luz de la propia imprenta de la pareja, dos meses antes de estallar la guerra y a pesar del pesimismo versado, el intimismo o la fuerte expresividad mostrada en su voz poética dialoga y trasciende a la misma muerte: «Yo soy la vida en lucha / de cada hora y de cada paso. / Yo soy la fuerza de mí misma, / la antena receptora del milagro. / Yo soy la vida sin remedio.»19 La poeta transitó durante la contienda por Francia, Bélgica e Inglaterra para retornar junto a su pequeña hija a España a mediados de 1938 con el fin de reunirse con Altolaguirre, a quien arropará bajo su vigorosa fuerza ya decepcionada humanamente. Aun así hubo de reponerse ante el transitorio estado de locura en que se vio inmerso su marido tras la guerra, y su paso por el campo de concentración. A partir de ese momento la familia inició un periplo hacia América que les llevaría en palabras de María Zambrano a “amparar a los que tenían aún menos que ellos.”20 

Concha Méndez que paradójicamente se sentía ciudadana del mundo: «No me pidáis pasaporte / porque no soy extranjera, / que las puertas de mi casa / son las de cada frontera (…)»21 radicó, en condiciones sacrificadas y extremas, junto a Manuel Altolaguirre como exiliados en La Habana (1939-1943), donde recorrería las calles de la soporífera capital antillana para vender las obras impresas de su rotativa editorial. Al mismo tiempo, publicó su sexta obra poética en un desasosegado y ensimismado periodo: Lluvias enlazadas (1939),22 hasta que en 1943 abandonaron La Habana rumbo al destino previsto que era Ciudad de México, donde la pareja se separaría poco después de su llegada (1944). Ese mismo año y tras un breve contacto con las poetas y editoras mexicanas, principalmente de la revista Rueca, publicó entre otros algunos de los poemas de Sombras y sueños (1944): «Alma mía, ¿a dónde vas caminando tan aprisa / por campos de soledad? / A dónde vas ¿di?¿qué sueño / te espera en algún lugar / donde mis ojos no alcanzan / por más que quieren mirar?»,23  que dan fe de la voz poética y de los temas configurados en ese preciso instante, entre los que destacaban la nostalgia, la ausencia, la fragilidad, el tránsito de su nuevo designio por venir y la incertidumbre del proyecto de vida que sorteó durante el que sería su definitivo exilio: «Ser agua, que sobre espejos / corriendo va hacia su fin, / arrastrando en su corriente blancos sueños de jazmín. / (…) Ser alma, dejando al cuerpo / dormido en algún lugar.»24 Desde esa fecha acontecería para la poeta un retraimiento público, al tiempo que fue legando en su escritura nuevas cadencias con un remanente espiritual en clara proyección del tránsito que se abre ante el desplazamiento en la otra orilla atlántica: «Por la puerta del sueño / salgo a encontrarme, / cuando la vida quiere acorralarme.» 25 

En síntesis, el canon artístico literario de esta generación ha sido revisado, a la vez que las investigaciones académicas sobre sus obras y los textos autobiográficos publicados acerca de las escritoras y las poetas exiliadas nos abren líneas de estudio para la laboriosa recomposición de este grupo generacional. De ello deducimos que la expansiva proyección —poesía, teatro, cine, traducción, ensayo, conferencias—, de Concha Méndez ha concurrido bajo una alargada sombra, atenuada con el exilio y escindida a tenor de un discontinuo recorrido creativo.

Asimismo, las tareas editoriales e impresora tuvieron que consagrarle el tiempo y buena parte de su dedicación, tal como es retratada en los documentos fotográficos o recreada en los escritos testimoniales, puesto que perseveró en los encargos de impresión y en el compromiso de difusión con respecto a su grupo intelectual. Concha Méndez se encargó de recorrer, sin descanso y tras la desidia de las pérdidas que acompañaron la contienda, las calles de la Habana para poder vender cada una de las obras editadas por la rotativa “La Verónica”, empresa editorial que la pareja había vuelto a reiniciar en el exilio. Por lo tanto, contribuyó a la circulación de la lírica de sus compañeros en cuyas antologías no habría sido incluida. Al igual que les ocurriera a sus coetáneas, el olvido intelectual, académico y crítico literario acompañaría a esta socia del Lyceum Club, tal como se evidencia en la postergación de la visibilidad de su obra o de su aporte al ámbito editorial y de las letras en España y América: «Cierto que no me engañaron, / más me hubieron de decir / en donde estaba la línea/ entre el soñar y el vivir.»26

Broullón-Acuña, Esmeralda. “Concha Méndez: poeta, impresora, editora y divulgadora cultural. Del Lyceum Club a la sombra de sus contemporáneos en el exilio (Madrid, 1898-México, 1986).” En No solo musas. Mujeres creadoras en el arte iberoamericano. Monográfico Atrio 1, editado por Eunice Miranda Tapia, 27-41. Sevilla: Universidad Pablo de Olavide, Atrio, 2019. © 2019 Esmeralda Broullón-Acuña. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0. International License (CC BY-NC-SA 4.0).

NOTAS AL PIE

1. Fundado en 1926 bajo la inspiración de los Lyceum británico y norteamericano, la sede de Madrid se ubicó, hasta el estallido la guerra civil, en la ‘casa de las siete chimeneas’ de la calle Infantas. Parte de sus cofundadoras irrumpieron en el escenario público de su época mediante el simbólico gesto de caminar por la calle sin sombreros. Las vanguardias de este periodo contaron con el impulso de esta asociación que, cercenando la esfera de la naturaleza asignada a las féminas frente al ámbito de la cultura atribuida a los hombres, fue creada durante el periodo de entreguerras hasta alcanzar alrededor de

1.500 socias. Su organización estuvo dotada de siete secciones o líneas de actuación: social; música; artes plásticas e industriales; literatura; ciencias sociales; internacional y una sección especial Iberoamericana. En 1939 fue confiscado por la Falange y la Sección Femenina lo convirtió en el Club Medina. Lecturas inexcusables sobre la proyección y la trayectoria del Lyceum de Madrid en Mª del Mar Pozo, “Actividades culturales y pedagógicas del Lyceum Club Femenino de Madrid (1926- 1936),” en La educación en la España contemporánea. Cuestiones históricas, ed. Julio Ruiz Berrio (Madrid: Sociedad española de pedagogía, 1985), 203-12; Amparo Hurtado, “El Lyceum Club Femenino. Madrid (1926-1939),” BILE, no. 36, II época (1999): 23-36; Concha Fagoa, La voz y el voto de las mujeres. El sufragio en España 1877-1931 (Barcelona: Icaria, 1985), 178-79; de la misma autora, “El Lyceum Club de Madrid, élite latente,” en Les Espagnoles dans l’histoire. Une sociabilité démocratique (XIX-

-XX siecles), ed. Daniéle Bussy (Saint-Denis: Presses Universitaires de Vincennes, 2002), 145-67; Shirley Mangini, “El Lyceum Club de Madrid un refugio feminista en una capital hostil,” Asparkia, no. 17, (2006): 125-40; José Antonio Marina y María Teresa Rodríguez, La conspiración de las lectoras (Barcelona: Anagrama, 2009); Juan Aguilera, “Las fundadoras del Lyceum Club fe- menino español,” BROCAR, no. 35, (2011): 65-90. Para una aproximación divulgadora del sinsombrerismo, sirva de referencia, Tánia Balló, Las Sinsombrero (Madrid: Espasa, 2016).

2.  Roberta Quance, “Hacia una mujer nueva,” en Una mujer moderna. Concha Méndez y su mundo (1898-1986), ed. James Valander (Madrid: Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2001), 107.

3.  Entre las poetas y escritoras de este periodo, sólo Concha Méndez y Carmen Conde dedicaron su tiempo y conocimiento a las tareas impresoras y editoriales al recaudo de sus maridos poetas: Manuel Altolaguirre y Antonio Oliver Belmás. Quance, “Hacia una mujer nueva,” 110.

4.  James Valander, ed., Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Poetas e impresores (Madrid: Publicaciones Residencia de Estu- diantes, 2001), 58. Originalmente publicado en Concha Méndez, “Soledades juntas,” Entre el soñar y el vivir (México: Univer- sidad Autónoma de México, 1981). 

5.  Paloma Ulacia Altolaguirre, Concha Méndez: memorias habladas, memorias armadas. Presentación de María Zambrano (Se- villa: Ed. Renacimiento, 2018), 50.

6.  Para una aproximación sobre la evolución y las variaciones estética-literarias que atraviesan la obra de Concha Méndez, véase James Valander, “Concha Méndez: entre las sombras y los sueños,” en Concha Méndez. Poemas (1926-1986), Concha Méndez (Madrid: Hiperión, 1995), 9-49; Begoña Martínez Trufero, La construcción identitaria de una poeta del 27. Concha Méndez Cuesta (1898-1986) (Madrid: UNED, 2011). 

7.  Concha Méndez publicó sus dos primeros poemarios en un ambiente intelectual caracterizado por un escepticismo acer- ca de la capacidad femenina con respecto a la cultura en general y la poesía en particular. Esta representación se vería reforzada por los fundamentos de cientificidad sostenidos acerca de la ‘inferioridad femenina’. En el caso español tanto Gregorio Marañón como José Ortega y Gasset, cuyas esposas se hallaban vinculadas al Lyceum Club, promulgaron este convencionalismo en sus obras. La tradicional adhesión al esencialismo contenido en la naturaleza femenina sería contraria a la modernidad y a la universalidad como aspiración vanguardista; ya que el discernimiento de las denominadas ‘poetisas’, aun teniendo buena parte de sus obras una aceptada acogida, girarían sobre cuestiones menos objetivadas y de corte más personalistas con respecto a las creaciones de sus compañeros poetas, obviando las experiencias y el marco en el que se desarrollaban las trayectorias vitales y artísticas de unos y otras. De hecho, durante este mismo periodo La Gaceta Literaria destacaba como ‘novedosa’ y ‘seductora’ las creaciones de las poetisas de la vanguardia, de manera que sus contribuciones fueron consignadas en dos secciones bajo las acepciones de “Mapa en rosa”, donde precisamente hicieron aparición los versos de Concha Méndez, y “Mapa en carmín”. Al respecto, véase Quance, “Hacia una,” 107 y notas 18 y 29.

8.  Concha Méndez Cuesta, Antología Poética (México: Joaquín Mortiz, 1976), 32. Originalmente publicado en Concha Méndez, “Al nacer por la mañana,” en Canciones de Mar y Tierra (Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, 1930).

9.  Concha Méndez contribuyó junto a su marido a la edición de relevantes revistas como Poesía; Héroe; 1616 o Caballo verde para la poesía dirigido por Pablo Neruda y a quien el matrimonio confió este honor. El domicilio de la pareja situada en la calle Vi- riato de Madrid se convirtió en el espacio de encuentro de la Generación del 27, así como el lugar donde recibían, impulsaban y difundían los trabajos de sus contemporáneos hasta llegar la fratricida guerra. Su aventurada empresa editorial prosiguió con ellos durante el exilio.

10. Méndez Cuesta, Antología, 99. Originalmente publicado en Concha Méndez Cuesta, “Soledad,” en Poemas. Sombras y Sueños (México: Ed. Rueca, 1944).

11.   Ulacio Altolaguirre, Concha Méndez: memorias, 7.

12. Ulacio Altolaguirre, Concha Méndez: memorias, 20.

13.   Concha Méndez, fascinada por el cine, había publicado un guion para el séptimo arte: “Historia de un taxi” (1927) que estaba rodándose en España por las mismas fechas que viajó sola a Londres en 1929 con el objetivo de ilustrarse en los estudios cinematográficos de Elstree.

14.   En su estancia austral (1929-1931) también se dedicó a la escritura de piezas teatrales, aunque concebidas por la misma como obras menores: “El pez engañado”; “Ha corrido una estrella”; “El nacimiento”; “El solitario”, a la vez que trató de esbozar un intento de teatro psicológico: “El personaje presentido.” Entre las obras teatrales más relevantes para Concha Méndez se halla, “El carbón y la rosa” (Londres, 1935). Sobre los registros teatrales en la escritora madrileña, véase Pilar Nieva de la Paz, “Concha Méndez y Manuel Altolaguirre: la memoria de una vocación teatral, Anales de la literatura española contempo- ránea, vol. 38, no. 3, (2013): 257-83; “Las escritoras españolas en el teatro infantil de preguerrra: Magda Donato, Elena Fortún y Concha Méndez, Revista de Literatura, no. 109 (1993): 113-29; “Exilio, tradición y vanguardia: la caña y el tabaco (1942) de Concha Méndez”, en Setenta años después: el exilio literario español de 1939, coord. Antonio Fernández Insuela et al. (Oviedo: KRK, 2010), 443-58.

15.    Concha Méndez Cuesta, “Navegar,” en Canciones de Mar y Tierra (Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, 1930).

16.   El hispanista J. Valander ha revelado entre sus estudios, la época conjunta del matrimonio como el periodo más fructífero para ambos. En 1932, tras haberle pedido Altolaguirre en matrimonio antes de zarpar sola a Buenos Aires, Concha Méndez se encarama al altar vestida de verde con ramo de perejil en mano. Entre 1933 y 1935, tras la concesión de una beca de la JAE para la especialización editorial del impresor malagueño, la pareja residió en Londres donde nació su hija Paloma Altolaguir- re (1935). Esta etapa, en la que ampliaron sus horizontes y relaciones intelectuales, aunque se denota sacrificada también se refleja muy fructífera por las creaciones editoriales y las contribuciones por parte de ambos al ámbito de la literatura española y extranjera.

17.   Concha Méndez, “Recuerdo de sombras,” en Vida a vida y Vida o Río, Concha Méndez (prelim. Emilio Miró. Madrid: Ed. Caballo griego para la poesía, 1979), 39.

18.   En los tres libros de poemas que Concha Méndez escribió y publicó durante una segunda etapa e iniciado el primer exilio fueron: Vida a vida. Prólogo de Juan Ramón Jiménez (Madrid, Ed. “la tentativa poética”, 1932); Niño y sombras (Madrid, Edi- ciones Héroe, 1936) y Lluvias enlazadas, con retrato lírico de Juan Ramón Jiménez (La Habana, La Verónica, 1939) y en ello ya no quedaba rastro de la sonoridad del primer vanguardismo. En sus versos no sólo despunta el dramatismo de su voz poética, tras las vivencias del hijo fallecido y la guerra civil, sino por irrumpir una voz depurada y personal que adquiere un aire propiamente singular.

19.   Concha Méndez. Poemas, 103. Originalmente publicado en “Fuerzas ocultas me sostienen,” Niño y sombras (Madrid: Héroe, 1936).

20. Ulacio Altolaguirre, Concha Méndez: memorias, 8.

21. Méndez Cuesta, Antología, 34. Originalmente publicado en Méndez, “Así,” Canciones de Mar y Tierra.

22.   Asimismo edita en La Verónica dos piezas teatrales: El solitario (1941) y una segunda edición de El carbón y la Rosa (1942), mientras que La caña y el tabaco: Alegoría antillana (1942), permanecería inédito. En Valander, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, 51-52.

23.     Méndez Cuesta, Antología, 91. Originalmente publicado en Méndez Cuesta, “Alma mía,” Poemas. Sombras y sueños.

24.     Méndez Cuesta, Poemas, 137. Originalmente publicado en Méndez Cuesta, “Ser,” Poemas. Sombras y sueños.

25.     Méndez Cuesta, Poemas, 208. Originalmente publicado en Méndez Cuesta, “Puerta del sueño,” Vida o Río.

26.     Méndez Cuesta, Poemas, 210. Originalmente publicado en Méndez Cuesta, “Me dijeron,” Entre el soñar y el vivir.













ILUSTRACIONES DE PALOMA ULACIA ALTOLAGUIRRE, ESCRITORA Y PINTORA.

© Paloma Ulacia Altolaguirre

© Paloma Ulacia Altolaguirre