“Escribiré desde una nube blanca, con una tinta azul que no la borre el tiempo.”

Mariluz Escribano

(Granada, 1935 - 2019) 



Si me quieres escribir

Cárcel Nueva, 27 de octubre de 1936. 

Querida esposa e hijos. Me alegraré que al recibo de la presente estéis bien, yo bien en el día de la fecha. Con arreglo a la nueva orden de visitas en las prisiones, me corresponde todos los viernes de 10 a 12 de la mañana por estar en celda de aislamiento. Cuando vengais no tenéis más que indicar el sitio donde pertenezco. Sin otro particular recibir como siempre abrazos cariñosos de este que os quiere. 

Tomás Gallego. 

Recuerdos de Frutos. Mandarme el reloj.

LETRA

"Si me quieres escribir,

ya sabes mi paradero.

Si me quieres escribir,

ya sabes mi paradero.

Tercera Brigada Mixta,

primera línea de fuego.

Tercera Brigada Mixta,

primera línea de fuego.


Aunque me tiren el puente

y tiren la pasarela,

aunque me tiren el puente

y tiren la pasarela,

me verás cruzar el Ebro,

en un barquito de vela.

Me verás pasar el Ebro,

en un barquito de vela.


Diez mil veces que lo tiren,

diez mil veces que lo haremos.

Diez mil veces que lo tiren,

diez mil veces que lo haremos.

Aquí, estamos las mujeres,

aquí, estamos, compañeros.

Aquí, estamos las mujeres,

aquí, estamos, compañeros.

En el frente de batalla,

primera línea de fuego.

Me verás cruzar el Ebro,

en un barquito de vela.

Primera Brigada Mixta,

primera línea de fuego."

CRÉDITOS

Canción Popular

Voz y Coros: Sensi Falán

Guitarras y Bajo: Carlos López Lirola

Acordeón: Chochi Duré

Percusión: Zeque Olmo

Voces textos dramáticos (por orden de aparición):

José Antonio Montero

Jesús Robles

María Núñez

Juanjo Moya

Esteban Lazo

Mar Verdejo

Antonio de la Trinidad Ruiz

Mercedes Gutiérrez

Dita Ruiz

Jesús Herrera

Sensi Falán

Producción Musical: 

Sergio Núñez

Atlántida Music

© Sensi Falán

ARTÍCULO DE ANTONIO DE LA TRINIDAD RUIZ, ESCRITOR Y DRAMATURGO. 

CARTAS IBAN Y VENÍAN (Y DEJARON DE VENIR)

En los idus de marzo de 2009, la editorial Destino sacaba al escaparate un volumen recopilatorio de la correspondencia que Camilo José Cela (había doblado la quilla en 2002) mantuvo con la flor y nata de las letras españolas en el exilio. La nómina era apabullante: Zambrano, Alberti, Cernuda, Sender, Altolaguirre, Guillén… De haber podido, también hubiese tentado a Antonio Machado, pero el querido maestro se le murió antes de tiempo sobre el catre de una fonda de Coilloure, con el pijama en el siete y el lamparón de las últimas natillas. Aún le dio tiempo para recordar a Federico: “Se le vio, / caminando entre fusiles, / por una calle larga, / salir al campo frío, / aún con estrellas, / de la madrugada”. Que el Nobel de Iria Flavia tratara de recabar las colaboraciones de tan diestras manos para su mítica revista “Papeles de Son Armadans”, en nuestra opinión, no era más que una cuestión de puro quid pro quo: los colaboradores cobraban un bonito montante por despachar sus líneas (“paso más hambre que el perro de un poeta”), y el editor, siempre tibio con la dictadura, se erigía, con toda la convicción y ningún pudor, como el San Juan de Dios de aquellos compatriotas que salieron por patas cuando en España pintaron bastos. Eran esos tiempos, casi pretéritos (la sintomatología no ha desaparecido), en los que se impuso la ley del olvido, aquella abyecta reconciliación nacional que no fue sino sentar la fundación de un país nuevo sobre arenas que posteriormente se revelaron movedizas, y en estas nos vemos.

Ya no hay manera de abrir el buzón y toparse con la carta de un amigo, de una prima, del novio que se tuvo. Para la juventud de nuestro tiempo, la extraordinaria emoción de recibir una carta, más aún cuando se espera incluso con angustia, es un misterio, y lo que es todavía más aterrador, una pérdida de tiempo. Y como los tiempos adelantan que es una barbaridad (disculpas por el zarzuelazo), nos aguantamos, pero qué pena. Estamos convencidos de que a Cernuda, aunque despreciara al novelista, le ponía muy cachondo abrir una carta de Cela en la que le comunicaba que en breve recibiría un giro de dos mil duros a cuenta de tres poemas nuevos. Ahora todo se resuelve a golpe de bizum, y así no se puede ser poeta, ni exiliado, ni nada, porque un continente de la literatura, tanto popular como, digamos, canónica, se ha desleído para siempre en el ácido del código binario. Claudio Sánchez-Albornoz escribía el 25 de enero de 1980 a Rafael García Arteaga: “La guerra civil ha destrozado mi vida. Desde 1940 separado de mis hijos. Los franquistas me robaron todas mis cosas. Llevo 44 años en destierro solitario. Yo no puedo olvidar la guerra civil ni recomendar su olvido. Lejos de esto, recordaría a las gentes más o menos jóvenes sus monstruosidades, para que no sientan jamás la tentación de reincidir en ella”. Ponga usted esto en emoticonos y demenciales abreviaturas. En fin.

La vida estaba en el correo, con todo y la muerte. Hubo una canción, “Ya sabes mi paradero”, que alentó con el mayor patetismo a la exhausta tropa republicana. Ha sobrevivido con tersura la versión que menciona al cruel frente de Gandesa, si bien los soldados adaptaban la letra según la trinchera donde los mandasen para matar o ser matados. Es una pieza de cargada tristeza: junto al aliento bélico, necesario para no desfallecer ni abandonar la causa, encontramos la miserable soledad del mozo de tropa, que no puede más que pensar en mamá, y conforme avanza por donde dice el teniente, solo tiene una idea en la cabeza: “Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero”. Ese condicional “si me quieres escribir”, encierra toda la demolición del ser humano, y hiela la sangre. La canción se encuentra en la cima del “Romancero de la guerra civil”, donde José Monleón la sentó en la categoría de “romances dedicados a las hazañas de la milicia popular”.

Tuvieron que pasar décadas (era previsible en esta casa), para que se empezara a escarbar en otros aspectos que han recuperado para la memoria los insoportables zarpazos que la guerra civil causó en España. El retrato, escribiremos, doméstico (Fernando Lázaro Carreter nos afearía inmediatamente el término), se ha hecho tarde, tanto que aún está por hacerse del todo, pero cobra siempre vigor con esfuerzos recopilatorios como el del doctor Javier Cervera Gil, que con “Ya sabes mi paradero” (Planeta, 2005) reunió cientos de cartas cruzadas entre la tropa y las personas a las que amaban, mostrando un impresionante fresco de las pequeñas biografías del frente. Leerlas es un disparo al corazón.

Ni Cela ni sus agradecidos colaboradores en el exilio (muchos de ellos de mayor estatura literaria que el bien pagado propagandista de Repsol), sabrían igualar la potencia nuclear de aquellas historias íntimas que se transfundían a golpe de tinta, negro sobre blanco, y que tantas veces se rubricaron con un “hasta pronto”, sin saber que habría que rematarlas con un punto y final definitivo, porque mañana serás muerto. Si el origen de “Ya sabes mi paradero” se sitúa a principios de 1920, cuando estalla la guerra de África a consecuencia de la sublevación de Abd-EI-Krim contra el protectorado español, queremos recordar aquí al gran pensador de la España islámica, Ibn Házam de Córdoba, que lo tuvo claro hace mil años: “La flor de la guerra civil es infecunda”. En la rama más alta del ciprés de la sinrazón, anida el pájaro agorero que sueña con ver, una vez más, a los españoles asesinando a los españoles. Al pájaro se le conoce, y está fuera de la jaula.