Ganó la libertad como una isla, porque amaba la luz como un abismo.”

José Bergamín

(Madrid, 1895 - Fuenterrabía, Guipúzcoa, 1983) 



La España Peregrina

LETRA

"Volverán al huerto claro,

donde madura el limonero. 

Volverán con Machado,  

a un manantial sereno, 

volverán al camino, 

y al polvo de aquel tiempo. 

Volverá la alegría, 

prendida a sus cabellos. 

Llegarán, alma mía,

volviendo a alzar el vuelo. 


Volverán, Concha Méndez

y aquellas Sinsombrero. 

Volverán de la mano

y el mar dentro del pecho, 

con María Zambrano,

más allá del recuerdo, 

todas juntas, cantando,

bajo la estrella, el cielo. 

María Enciso, entonando, 

en el filo del viento.


Volverán en bandada

las aves, del silencio,

junto a María Teresa,

mujer de tierra adentro,

como una cuchillada 

caliente voz de hielo,

corazón que reclama

la vida, muerto a muerto,

corazón que reclama

la vida, verso a verso.


Volverán Ernestina

y Carmen Conde, a las calles,

la España peregrina

en la tierra de nadie,

volverán a su orilla

a cantar soledades.

León Felipe en la herida,

versos del caminante.

Federico y Cernuda,

tendidos hacia el aire. 


Volverán en bandada

las aves, del silencio,

junto a María Teresa,

mujer de tierra adentro,

como una cuchillada 

caliente voz de hielo,

corazón que reclama

la vida, muerto a muerto, 

corazón que reclama

la vida, verso a verso."

CRÉDITOS

Letra y Música: Sensi Falán

Voz y Coros: Sensi Falán

Guitarras y Bajo: Carlos López Lirola

Percusión: Zeque Olmo

Producción Musical: Sergio Núñez

Atlántida Music

© Sensi Falán

ARTÍCULO DE RAMÓN DE TORRES, ARQUITECTO. 

VÍDEO LYRIC 

EL EXILIO COMO FORMA DE LA HISTORIA Y DE LA CREACIÓN POÉTICA 

El golpe militar de 1936 y la inmediata guerra civil impactó en el espíritu de su tiempo y supuso, entre otros múltiples efectos, el exilio de figuras decisivas de la cultura española, repercutiendo en la historia europea y mundial.

La emigración forzosa del exilio significa la no aceptación de la pérdida de la libertad impuesta a la fuerza por los organismos represivos. El obligado abandono del país de origen para evitar el encarcelamiento, la tortura o la muerte, conduce a las personas hacia un espacio ajeno al suyo, extraño, diferente y las enfrenta a diferentes idiomas o sentidos del lenguaje, ideas, culturas, tradiciones o formas de vida.

El exilio español se orientó hacia distintos países europeos y americanos, y México se convirtió en la principal patria de acogida, donde la llegada de miles de exiliados republicanos españoles aportó nuevas ideas y visiones, dejando una huella significativa en su cultura, principalmente en la literatura. Los autores españoles encontraron en la tierra hospitalaria de México las condiciones adecuadas para continuar su labor artística, literaria o poética. Se editaron revistas y se fundaron importantes editoriales e instituciones culturales. Para dar refugio a los intelectuales españoles se fundó en 1938 la Casa de España, que fue el germen del actual Colegio de México, creado en 1940. Asimismo, y para promover la cultura y la ciencia española, se constituyó en 1949 el Ateneo Español.

En mayo de 1993 el Colegio de México organizó en la capital mexicana el encuentro internacional sobre el exilio español en México, y la ponencia inaugural, titulada «Poesía y exilio», fue impartida por José Ángel Valente. Mi amistad con el poeta ‒que se inició cuando me encargó la rehabilitación de su casa y se acrecentó cuando mi estudio de arquitectura pasó a ser un asiduo lugar de trabajo para él, donde transcribíamos sus textos al ordenador y desde allí se comunicaba por correo electrónico con otros creadores, universidades, revistas y periódicos‒ me permitió conocer la gestación de su participación en el encuentro, el intercambio de comunicaciones con el Colegio de México, el texto de su ponencia antes de su viaje y sus comentarios y conclusiones tras su regreso a Almería.

En su ponencia Valente plantea que el exilio del treinta y nueve le hizo reflexionar «sobre el exilio mismo como forma de la historia y de la creación, lo que nos remitió necesariamente al primer gran exilio peninsular, el exilio o amputación judeo-española de 1492».

En su visión del exilio como eje axial de la historia, sobre la que reflexiona Valente, la expulsión de los españoles judíos establece el arranque del ciclo de diásporas que caracterizan la historia española: «Destierros, pues, o exilios, reiterados exilios, característicos del ritmo respiratorio de la historia española hasta tiempos muy próximos (…) No hay cabida para protestantes, erasmistas, alumbrados, judíos, moriscos o ‒más tarde, pero como fenómeno de igual naturaleza‒ para afrancesados, masones, republicanos».

El poeta evoca la clausura del movimiento erasmista en la España del siglo XVI y también el final cruento de la profunda renovación de la vida española que supuso el movimiento krausista del siglo XIX, con su consecuencia inmediata, la Institución Libre de Enseñanza, cuyas bases y esencias conducen a «los umbrales de la modernidad con la República de 1931».

A la visión de la historia humana desde un eje exílico, Valente añade su reflexión sobre el exilio como forma de la propia creación: «El acto creador supone un movimiento exílico (…) Crear es generar un acto de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío». En efecto, la creación poética exige una disposición espiritual, el poeta tiene que efectuar una retracción, una distancia, un cierto vaciado de sí para que lo habite el poema. Entra en un exilio voluntario para generar un estado de máxima apertura y receptividad, de espera, silencio y escucha.

La palabra poética del exilio de 1939, que encontró en México su lugar de preferente acogida, tuvo una abrumadora nómina de poetas de la España transterrada, que fue recogida por Aurora de Albornoz en su «Poesía de la España peregrina: crónica incompleta». El reconocimiento de los poetas que vivieron el doloroso exilio, la indagación en su memoria silenciada para convertirla en memoria compartida, es una iniciativa necesaria que debe abordarse para contribuir a la formación de una conciencia crítica que recoja su memoria colectiva. En tal perspectiva cabe situar el proyecto Más allá de la memoria desarrollado por Sensi Falán, cantante, compositora y actriz, en la plenitud de su trayectoria artística.

En su proyecto, Sensi evoca la poesía del exilio español como depositaria de la memoria colectiva. «El poeta canta desde la memoria y asume el poder de recordar ‒escribe Valente, que añade‒ El reino del poeta se extiende del olvido a la memoria, pues sólo en aquél encuentra ésta nacimiento».

Desde la memoria como materia del canto, Sensi da la mano y su voz nos devuelve, más allá del recuerdo, a María Enciso, Concha Méndez, Carmen Conde, Ernestina de Champourcín, María Zambrano, María Teresa León, Pedro Garfias, León Felipe, Cernuda, Machado y Lorca. Desde el centro de la memoria colectiva también canta a Las Sinsombrero, a la España peregrina y al conjunto de poetas que llevan a España presente en el recuerdo con México presente en la esperanza, a bordo del buque Sinaia. Canta a la España exiliada a la luz de la palabra poética de Rosalía de Castro.

En su mirada atrás para afrontar el futuro, la cantautora honra la memoria de Las Sinsombrero, las poetas, artistas e intelectuales de la Generación del 27, que con su renuncia a esta prenda la convirtió en símbolo de libertad, modernidad, apertura de miras, transgresión, valentía y lucha frente a las normas sociales imperantes.

Participaron plenamente en la modernización cultural, social y política de la vida española y a pesar de su gran influencia en la conformación de las vanguardias artísticas de su tiempo, sus nombres fueron silenciados por los antólogos y los críticos de la narración oficial de la historia de esa generación, que está escrita en masculino y de forma incompleta. Apoyadas en la relación de amistad y trato entre ellas, reivindicaron su papel en la difusión de ideas, cultura y arte, fundando el Lyceum Club Femenino. Esta generación de mujeres añadió al padecimiento del exilio y la guerra civil, la discriminación de género.

A la nómina específica de poetas y artistas, a la que de forma específica rememora Sensi en su canción “La España peregrina”, la cantautora añade los nombres, entre otros, de Maruja Mallo, Margarita Manso, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Luisa Carnés, Zenobia Camprubí, Marga Gil Roësset, María de Maeztu, Elena Fortún, María Lejárraga o Victoria Kent. Rescata del olvido a esta nómina de artistas reivindicando, a su modo, su importancia, contribuyendo a difundir su legado y su memoria silenciada, que no será restañada hasta que cada una de ellas forme parte de los libros de texto y del ámbito académico y se incorpore a nuestro imaginario colectivo.

Con su voz limpia, transparente, rica en matices, compleja, Sensi Falán despliega su talento y su música abierta, plena de melodía, armonía y ritmo y se adentra en el territorio de la poesía del exilio, cuya «palabra se libera y nos libera ‒en palabras de Valente‒. La palabra canta. De ahí que no haya poesía que no sea, en su raíz última, canción (…) Se hace o es cantar, canción, canto, cante».

ARTÍCULO DE CONCHA FERNÁNDEZ SOTO, PROFESORA Y DRAMATURGA.

© Pepa Cobo


“Ellos pasan por el puente de los Franceses

igual que por Atocha,

van al Manzanares, 

patinan, ríen, cantan fuman,

vuelven a su hogar

transeúntes, subterráneos, 

tal vez en la línea verde o la marrón.


Yo paso por Cuatro Vientos

y solo veo el frente, 

El puente de los Franceses, 

mamita mía, y los milicianos.

Tal vez yo también vuelva a mi hogar

si lo tuviera, 

antes de que el metro abra,

y bajaré hasta Cibeles 

para coger el N18 hasta Casa de Campo”.

Gata Cattana, La Escala de Mohs, 2019

LAS VOCES FEMENINAS DEL EXILIO REPUBLICANO

Sensi Falán canta a las mujeres poetas que sufrieron el destierro republicano y se emociona. Su voz templada se enciende con la luz del quinqué de Concha Méndez, el filo del viento de María Pérez Enciso y los aires populares de las canciones de guerra. Y continúa la experiencia inmersiva cuando contemplamos en la pantalla las imágenes en sepia del archivo audiovisual de María Núñez. Estamos en la preescucha del disco “Más allá de la memoria”. De nuevo afloran las emociones. Es inevitable…

Desde esta tesitura empiezo a redactar unas líneas personales sobre el exilio de las escritoras de la Edad de Plata para la web del disco. Y me urge rescatarlas desde las brumas de mi propia historia sentimental como estudiante de Filología Hispánica y posteriormente como profesora de Literatura. Porque es ahí donde atesoro un frondoso paisaje de mujeres extraordinarias que me empezaron a sorprender porque compartían secretos en forma de traición. Me explico mejor: traicionaron las expectativas que la sociedad española depositaba en ellas, huyendo de sus limitados destinos femeninos para intentar conquistar la libertad personal. Que consiguieran lograrlo con su “traje de luna” ya es otro cantar. Un traje de luna del que nos habla en un poema Concha Méndez para ilustrar ese atavío nunca propio con el que las mujeres han desfilado dependiendo del momento histórico, cultural y social en el que les hubiera tocado desenvolverse, un traje confeccionado por alguien desconocedor de su verdadera fisonomía. 

¿Por dónde tirar del hilo? Entiendo la angustia que debe sentir el pintor ante un lienzo en blanco, así que calmé la ansiedad revolviendo entre mis maletas de domingo para localizar algunos de los libros utilizados a lo largo del tiempo en mi labor investigadora. Los extendí sobre una mesa y repasé en primer lugar las portadas más recientes de los dos volúmenes de Las Sinsombrero de Tánia Balló1, también puse atención a los subtítulos respectivos: “Sin ellas, la historia no está completa”, y “Ocultas e impecables”. En la primera publicación, cuatro mujeres enlazadas de la mano corrían felices en la playa ataviadas con curiosos bañadores pantalón, mientras sus sombras se proyectaban en el agua y el viento despeinaba ligeramente sus cabellos. Eran las modernas de los años 20 y 30. En el segundo la estampa se había oscurecido con otras cinco mujeres, también enlazadas, pero ya tocadas con velos negros y algún rosario en la mano. Sin embargo, me llamó la atención que continuaba inalterable la sonrisa de sus rostros y la corriente de sororidad que las unía. Desde otro lugar, Concha Méndez me hablaba desde la portada de las Memorias habladas, memorias armadas que su nieta había escrito con sus testimonios de mujer anciana deseosa de contar. Una joven Luisa Carnés tocada con un sombrerito ladeado, apretaba con fuerza la mano de un niño pequeño en la portada del libro que recogía sus memorias de exiliada desde Barcelona a la Bretaña francesa. María Lejárraga se recostaba sobre un balcón de forja en el maravilloso libro que Antonina Rodrigo le dedicó en Una mujer en la sombra. Cómplice, María Zambrano me sonreía desde la estantería a través de la pluma de la dramaturga Nieves Rodríguez. Crucé mi mirada con la suya y, aunque nunca me gustó fumar, compartí por un instante el aroma a humo de la pipa de larga boquilla con la que fumaba.

Caí en la cuenta de que muchos de estos libros los tenía desperdigados, otros no los encontré. No podía dejar de censurar mi desorden al buscar desesperadamente el ejemplar de Memoria de la melancolía de María Teresa León que una amiga me había regalado en un cumpleaños. ¡Apareció al final! No tenía una portada reseñable, pero estaba quebrantado con notas, subrayados y hojas dobladas como para que nada se pudiera escapar. Me prometí ser más respetuosa en el futuro con los libros.

Seguí durante horas tras el rastro de estas mujeres a través de mi caótica biblioteca, para encontrar más tesoros: un poemario de Carmen Conde, libros de Antonina Rodrigo dedicados a la memoria de  las mujeres, que nos impactaron  allá por los 80 y 90, cuando los estudiantes de Filología asistíamos en La Madraza granadina a la conferencia de un Alberti de pelo blanco, mientras ignorábamos todavía que su compañera María Teresa León vivía entre las brumas del Alzheimer y que moriría en un frío 1988 coincidiendo con la primera  huelga general en España y mi aprobado en las oposiciones de profesora de Bachillerato. Me parece que hubo algún eco en la prensa, pero pocos asistieron a su sepelio. Leí que ese día no pudo ser trasladada al cementerio civil de Madrid por la ausencia de transporte.

Buscando recopilaciones poéticas apareció Peces de en la tierra de Pepa Merlo, la antología en donde se reunió a las mujeres poetas “en torno a la Generación del 27” con poemas publicados hasta 1936. Me la había comprado en la Feria del libro de Granada en 2010 y me había encantado. Y de nuevo el volumen aparecía maltratado. Más localizado estaba Con un traje de luna, en la que la misma autora ampliaba diez años después la nómina de poetas hasta la posguerra. La riqueza de nombres de estas dos publicaciones fundamentales contrastaba con las preguntas que empezábamos a hacernos entonces y que siguen vigentes hoy: ¿Son todas las que están? ¿Cómo es que en la icónica fotografía del acto en el Ateneo de Sevilla con motivo del tricentenario de la muerte de Góngora que sirve de seña identificatoria de la generación del 27 no aparece ninguna mujer, cuando en la del homenaje a Cernuda, solo 10 años después, la presencia femenina es tan reseñable y parecen desenvolverse como peces en el agua entre sus compañeros de generación? ¿Cómo pudieron arrebatárnoslas de esa memoria cultural y sentimental que uno se va forjando en los años de formación? 

En las clases de la Universidad, con un profesorado socializado en los cánones literarios establecidos nadie me iba a responder al porqué de esas ausencias, tampoco los culpo porque considerábamos que leer a Lorca, Alberti o Cernuda en esos tiempos ya era un privilegio. Así que la toma de conciencia era lenta, y cuando me hice profesora empecé a anotar los vacíos para comprobar también cómo la autoría de estas mujeres no se ensanchaba a veces por sus vínculos con los hombres. En fin, un trabajo que implicaba además una revisión del pasado cultural. ¡Había que insertar otros rostros en las anquilosadas fotografías generacionales!¡Había que prescribir otras lecturas! Y nos lanzábamos a restituir aquello que los libros de texto todavía consideraban anecdótico, simple cuestión de color, simple cuestión de feministas empecinadas. Porque en estos manuales las mujeres poetas aparecían, y aparecen a día de hoy, agrupadas sin método en un popurrí de nombres, estilos y épocas diferentes, mientras que ellos aparecen perfectamente ubicados en momento y generación. Esto se explica porque en la reconstrucción de estas generaciones se ha aplicado una técnica cronológica, experiencial y literaria minuciosa narrada por los propios miembros, y se seleccionan en función de los intereses de un canon marcado por un muro simbólico patriarcal muy difícil de traspasar. En fin, cuestión de políticas editoriales, o de inercias, pero ese es otro jardín. 

Mientras tanto, el muro se resquebrajaba en los márgenes y aparecían más protagonistas que hacían estallar los marcos oxidados de las vitrinas. Abríamos sus puertas de cristal, leíamos sus textos, unas nos llevaban a otras, se cruzaban sus historias, descubríamos secretos en sus escritos testimoniales (autobiografías, diarios, crítica periodística, etc.) y se empezaba a coser una nueva genealogía literaria. 

Finalmente nos quedaba claro cómo estas mujeres entendieron que la unión iba a hacer la fuerza, que, de otra forma, el camino iba a ser mucho más difícil, que debían sentirse generación para afrontar los nuevos retos que se desplegaban ante sus ojos. Y nos sorprendían su modernidad y sus renuncias.


LAS MODERNAS Y LA PROCLAMACIÓN DE LA II REPÚBLICA: ENHEBRAR EL CANTO  

“Enhebran su canto en el fluir de la vida cotidiana para que las horas no se lleven el perfume de cada una, su gesto peculiar”.

Ernestina de Champourcín, Ahora, 1928


“Mis brazos:

los remos.

La quilla:

mi cuerpo.

Timón: 

mi pensamiento.

(Si fuera sirena, 

mis cantos

serían mis versos.)”

Concha Méndez, Nadadora, 1928.

A medida que avanzaban las primeras décadas del siglo XX, el terreno se fue allanando para la participación social de las mujeres y el acceso a la educación. La educación les permitió empoderamiento intelectual y literario y se creó un nuevo modelo de mujer: la moderna, una nueva generación de jóvenes de clase media alta o incluso aristocrática con aspiraciones profesionales, que incluso trasgredieron el comportamiento y la apariencia tradicional femenina y desestabilizaron la masculina al negociar con ellos algunas de sus señas identitarias. En este camino se dieron avances importantes con la proclamación de la II República y la Constitución de 1931 que recogía los derechos de las mujeres (el derecho al voto, a formar parte de la política, a ser iguales ante la ley, al matrimonio civil, al divorcio, etc.). En este contexto de cambios se desarrolló la juventud y madurez de muchas de las poetas y escritoras que nos ocupan, y entre las que se individualizan figuras como Concha Méndez, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcín o María Zambrano, coprotagonistas de este disco de Sensi Falán. 

Es Shirley Mangini (2001) quien mejor explica los cambios que permitieron la emergencia de esta generación de mujeres, curiosamente atadas por redes afectivas y de ayuda personal y que se relacionaban en diferentes espacios de sororidad. En 1915, se fundó la Residencia de Señoritas que fomentaba la enseñanza universitaria para las mujeres. A partir de esta, se creó la Asociación Universitaria Femenina en 1920 y el Lyceum Club Femenino en 1926, orientados al desarrollo de actividades sociales, culturales y literarias en torno a la mujer. 

Con María de Maeztu a la cabeza, aparecen en nómina del Lyceum mujeres que desplegaron una heterogeneidad tal (científicas, juristas, pintoras, escenógrafas, literatas, etc.) que podría entenderse como una estrategia de afirmación frente a la invisibilidad posterior: Carmen Baroja, María Baeza, Pura Ucelay, Consuelo Bastos, Victoria Kent, Clara Campoamor, Matilde Huici, Trudi de Araquistain, Elena Fortún, Rosario Lacy de Elorriaga, Carmen Monné de Baroja, Zenobia Camprubí de Jiménez, Isabel de Palencia, Josefina de la Torre, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Maruja Mallo, Ángeles Santos, Victorina Durán, etc.

Ellas acudían allí todos los días a ver y dejarse ver, a escuchar conferencias, a asistir a exposiciones, debates y conciertos, o simplemente a divertirse, convirtiéndose en un espacio de formación, pero también de libertad. 

“¡Mujeres de España! Creo que se movían por Madrid sin mucha conexión, sin formar un frente de batalla, salvo algunos lances feministas, casi siempre tomados a broma por los imprudentes. Ya había nacido la Residencia de Señoritas, dirigida por María Maeztu e inaugurado el Instituto Escuela sus clases mixtas, hasta poner los pelos de punta a los reaccionarios mojigatos. Pero las mujeres no encontraron un centro de unión hasta que apareció el Lyceum Club”. {León,1998: 514) 

Muchas empezaron a creerse que podían transitar libres, que podían desprenderse de los prejuicios de sus compañeros masculinos, de sus ambientes de chicas bien, y que podían dejarse ver a pesar de las carabinas y los hombros enchaquetados que las ocultaban. Y en ese ambiente festivo de la Segunda República, esas mujeres fueron adquiriendo la convicción de que transitaban hacia la realización personal y la plena ciudadanía: «La República, mujeres españolas, nos ha elevado a la categoría excelsa de ciudadanas reconociéndonos la plenitud de derechos igual al hombre. Las mujeres españolas debemos a la República proclamada el 14 de abril un culto perpetuo de gratitud, y a su engrandecimiento —que es de la Patria— debemos consagrar nuestros más nobles valores espirituales y nuestros más poderosos medios materiales», rezaba Mundo Femenino, octubre de 1931.

En este sentido podemos afirmar que el contexto republicano posibilitó las condiciones necesarias —pero no suficientes— para transformar radicalmente las relaciones de género tanto en el ámbito público como en el privado. Y en la década de los 30 nuestras “modernas”, nuestras flappers, desafiaban las reglas establecidas con sus cabellos al aire y sus nuevas costumbres. Eran mujeres transgresoras que buscaban emanciparse de los hombres y se enfrentaban al modelo del “ángel del hogar”, la exaltación tradicional de la sumisión y la protección de la mujer ante la autoridad masculina. 

¿Y sus compañeros, dónde estaban? En este sentido nada fue fácil porque el acceso a estas esferas seguía siendo una cuestión de unas pocas. Las escritoras sufrieron presiones en la esfera literaria, y también se vieron sometidas al menosprecio social por parte de algunos de sus coetáneos que no estaban acostumbrados a su presencia (es muy curiosa la respuesta que el Nobel Benavente dio cuando le invitaron a dar una conferencia en el Lyceum: “A mí no me gusta hablar a tontas y a locas”). Ellas se entremezclaban con los hombres de las llamadas Generación del 14 y del 27, pero no terminaban de ser reconocidas como ellos. Además, estaba la presión social establecida en sus entornos y ámbitos creativos, la desaprobación y opresión incluso a nivel familiar. Lo explica de manera muy gráfica Concha Méndez en algunas de sus vivencias: 

Recuerdo la visita de un amigo de mis padres. Al presentarnos al señor, éste preguntó a mis hermanos: «Pequeños, ¿qué queréis ser de mayores?» No recuerdo lo que contestarían, pero viendo que a mí no me preguntaban nada, teniendo toda la cabeza llena de sueños, me acerqué y le dije: «Yo voy a ser capitán de barco». «Las niñas no son nada», me contestó mirándome. ¿Qué es eso de que las niñas no son nada? Empecé a pensar. Yo era una niña que estaba inconforme con mi medio ambiente (Ulacia, 2018: 26). 

Me hubiera gustado ir a la Universidad. Un día acudí de oyente a un curso de literatura geográfica; entonces me enteré de que la poesía se daba en Galicia y Andalucía, de que el teatro en Madrid y la novela en el Norte de España y las Canarias. Volví muy contenta a casa. Entré. Mi madre hablaba por teléfono y me llamó: “Venga usted aquí”. Al acercarme, me dio con la bocina en la cabeza. Me dio porque se había enterado por un hermano de mi presencia en la universidad. Me abrió la sien y me salió un chorro de sangre (…) Tuvieron que vendarme la cabeza y aún guardo la cicatriz. Ya era mayor de edad y pisar la universidad era imposible (Ulacia, 2018: 45).

Los estereotipos normativos, la censura social, la falta de espacio propio hacían también que se creara una cierta necesidad de dependencia o vínculo para publicar y e incluso para ser conocidas. A veces, a través de ellos, se les permitía acceder y colaborar en los círculos culturales y sociales. Esto podía ocasionar una contrapartida: correr el riego de ser sombras, desdibujadas en los apelativos “novias de” y “amigas de”. Aunque eran conscientes de su valía, la sociedad androcéntrica seguía ejerciendo su corsé, y ellas mismas, a veces, vacilaban en su autodeterminación. 

Gerardo Diego incluiría a Josefina de la Torre en la segunda edición de la famosa Antología (Contemporánea), de 1934, que marcaría el canon de la poesía española del momento. Ella estaba orgullosa de formar parte de este grupo, y con modestia se reconoce ahí: “simplemente soy una mujer del 27. Pero fueron ellos los que me eligieron a mí”. O en otro momento dice: “Con vuestro ejemplo, /me inventé una ambición/y tuve/vuelos inesperados de gaviota”. Y publica sus versos en las revistas más importantes del momento, Verso y prosa, Alfar, La Gaceta Literaria, Azor, España, etc. Ernestina y Concha Méndez completan el palmarés de afortunadas.

Sin embargo, algunas más levantiscas como María Zambrano y Rosa Chacel se quejaban de que ellos no se implicaban mucho en los eventos que estas organizaban y les pesaba tener que ser las eternas “apadrinadas”. Concha Méndez reconocerá que a su recio novio Buñuel no le hacía gracia que ella escribiera. Champourcin y todas las demás admiraban mucho a Juan Ramón Jiménez como gurú de la poesía, aunque a otras les desesperaba su desidia al responder a sus demandas. (“Buscaba un camino dentro de mí y lo encontré en él”, dice con arrobo Ernestina de Juan Ramón).  Y no hablemos de las actitudes misóginas de Ortega y Gasset.

Pero allí estaban ellas resistiendo y desafiando las convenciones sociales. Solas o esquivando obstáculos acudían a las mismas reuniones privadas o públicas de la Residencia, el Ateneo, el Café Pombo, La Revista de Occidente, el café de La Granja o las tertulias de Valle Inclán y Gómez de la Serna, y formaban parte de la vida cultural del momento por derecho. Los diarios del diplomático chileno Morla Lynch nos hablan de este ambiente de amistad e integración que se vivía en el Madrid de esta época:

“El salón se va llenando poco a poco. Entran Victoria Ocampo, María de Maeztu, Santiago Ontañón (…) Y van apareciendo: el poeta Jorge Guillén, con sus gafas (…); Están presentes: Rosa Chacel y su marido el pintor Pérez Rubio; Manolín y Concha y por último Luis Cernuda (…) De regreso a casa se improvisa una soirée que disipa un poco las nieblas que flotan siempre después de una despedida. Federico, Rafael Martínez, Concha Méndez-cuya maternidad comienza a señalarse-, Ignacio Sánchez Mejías-el torero intelectual, Santiago Ontañón y La Argentinita, la gentil bailarina” (Morla, 2008: 141).


LA GUERRA Y EL EXILIO: FLORECER EN LA PIEDRA

“Y mientras tanto, el proceso destructor ávidamente proseguía devorando. La guerra civil con la patética muerte de los dos hermanos, a manos uno del otro, tras haber recibido la maldición del padre”  María Zambrano, 1986: 15.

“Y madre era también Europa. Otra madre despedazada, una madre que se había vuelto loca, jOh Medea! Medea matando a sus hijos, a sus hermanos, a sí misma. Medea en un delirio de crimen que era el precio de los suicidios. La Madre loca, ¿por qué? ¿Por qué enloquece la madre? O no es la madre, es… ¿quién?, el extranjero, el enemigo, "el Otro" a quien se entregó sin poder acabar de entregarse. ¿De dónde viene la Guerra Civil, de que crimen espantoso nace, de que locura? Es la locura de la madre que enloquece a los hijos. ¿Es el crimen de los hijos que enloquece a la madre?“ María Zambrano, 1998: 255.


“Y al marchar dejaremos

aquí esta palabra

ese oculto deseo

que no cuajó en semilla:

Lo mejor de nosotros

que quizás tras los siglos

florecerá en la piedra”

Ernestina de Champourcín, Primer exilio, 1978.

Pero la guerra llegó como un pie que lo aplastó todo. Y cambiaría la vida y la obra de muchas de estas autoras: para unas llegó el exilio interior situado en la franja gris del silencio y el desasosiego. Otras emprendieron el camino del desarraigo geográfico, algunas simplemente siguieron a los maridos y solo unas pocas salieron de España con un proyecto personal. 

Además de eso, quedaba la desolación de que los logros sociales alcanzados, pese a las dificultades de sus entornos y de su propia gente (otra especie de exilio previo por la condición de poetas mujeres), se perdían definitivamente.

Al paso de los años muchas quedaron “cubiertas de ceniza”, “borradas con olvido”, otras “dejaron de ser”. Así dice Josefina de la Torre: “Pero el alto balcón de tu silencio/olvidó la señal para mi barco. Y me perdí en la niebla de encontrarte/como un pájaro ciego por los años”. 

En nuestras escritoras exiliadas se dio la paradoja de que mientras sus compañeros varones fueron muy bien acogidos en Europa y Latinoamérica (el panorama intelectual de países como Argentina, Cuba, y en especial, México, se enriqueció mucho con el desembarco de nuestros mejores intelectuales y artistas), y se les esperaba, se les celebraba como profesores, como conferenciantes; ellas, por su parte, tan brillantes, tan libres, tan talentosas, multiplicaban su trabajo entre las tareas del hogar, la familia, los precarios encargos editoriales o periodísticos, y tuvieron que asumir como un mandato de género incuestionable su condición subalterna de acompañantes y “colas de cometa”, o fueron arrojadas al olvido más sangrante, lo que precarizó aún más su exilio. Sacrificaron su desarrollo y priorizaron la familia y el rol de apoyo en tierra extraña. Muchas de ellas perdieron protagonismo político e independencia profesional. Retomaron los papeles de esposa y madre o cuidadoras de esposos “ilustres”: por ejemplo, Ernestina de Champourcín con Domenchina, secretario personal de Azaña, o Concha Méndez con Altolaguirre al que ayudó en sus empresas editoriales; qué decir de Zenobia Camprubí al convertirse a tiempo completo en secretaria, relaciones públicas y cuidadora del “eterno” Juan Ramón.  

De modo que podríamos hablar de “experiencias del exilio en femenino” (Cabré, 2013), porque fuera de su país, muchas abandonaron la palabra escrita; otras, las retomaron en su madurez o vejez. Estos testimonios autobiográficos, tan tersos, tan limpios, nos conmueven en sus miles de detalles de añoranza, dolor y hasta resiliencia, porque el destierro significa siempre la expulsión violenta y dramática del destino pensado y deseado, un extrañamiento brutal, en suma, un dejar de ser empolvado de ceniza. 

Muchas de ellas se aferran al recuerdo para sobrevivir y aparecen urgidas por la prisa de encontrar su propia voz en medio de tanta adversidad, por la necesidad de reivindicarse como autoras en el remanso de la memoria. Quizás se trate de una revancha tardía al encontrar en el género autobiográfico un lugar de escritura, una habitación propia, una especie de patria perdida3. 

Y entre el género autobiográfico destaco el testimonio que María Teresa León recoge en Memoria de la melancolía, porque creo que su exilio es el más singular de todos ya que atravesó desde jovencita todas las fronteras posibles, incluida la de la desmemoria4. En este libro transmite su percepción de pertenecer a una larga lista de desterrados, vencidos y excluidos de la historia de España. Se considera una privilegiada por tener la oportunidad de describir su experiencia, y contribuir así a la construcción de una memoria colectiva. Alda Blanco se refiere así a su rescate de “voces perdidas”: 

“María Teresa León construye un espacio autobiográfico en el cual la voz de su memoria individual surge como solitaria para luego entrelazarse y, a menudo, disolverse en una multiplicidad de voces que irán forjando en el acto autobiográfico, las voces constitutivas de una memoria colectiva. En este texto la veterana escritora usa la estrategia narrativa del dialogismo para ir rellenando los huecos de su memoria individual y de la memoria colectiva con “las voces perdidas”. (Blanco, 1991:45).

Y su voz se quiebra entre el yo y el nosotros:  

“Estoy cansada de no saber dónde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos? Habría que hacer tantas presentaciones de los otros muertos, que nos acabaríamos nunca. Estoy cansada de hilarme hasta la muerte. Y, sin embargo, ¿tenemos derecho a morir sin concluir la historia que empezamos (…) Porque todos los desterrados de España tenemos los ojos abiertos a los sueños”. (León,1998: 97).  


NO SE PUEDE SER POETA DEL 27 EN LA POSGUERRA: MUJERES SIN EDÉN

“Desamparada.

como si desconociera el suelo

que tengo que recorrer a solas

con mi cuerpo aterido y palpitante,

del que urge desprenderse….


Triste y vacía, devolviendo el paso

al enjambre de inquietudes, va la tierra

enajenando mi memoria…Voy

porque no puedo parar, porque la vida

su látigo de alambre ruge. Quiero

dormirme sin volver, hundir la roca

en el agua compacta de los nombres”.

Carmen Conde, Devorante arcilla, 1973

¿Y dentro de España, qué estaba ocurriendo? Carmen Conde, a la que tanto debemos por su labor de trenzadora de puentes entre las poetas de distintas orillas, titula un poemario de 1947 con el significativo título de Mujeres sin edén, que remite metafóricamente al borrado de nombres de poetas en el relato oficial de la posguerra española. Es bien conocido que la rígida estructura de género durante el franquismo desaprobaba la participación de las mujeres en el espacio público de la producción cultural, había que “reconquistar el hogar para la mujer”, famosa frase del discurso que Franco pronunció ante la Sección Femenina. De modo que su vinculación generacional quedó aniquilada por la guerra, y perseguida en los años sucesivos.

De nuevo es la hispanista estadounidense Shirley Mangini (1987) quien señala que la España del siglo XX puede dividirse, en todos los sentidos —político, cultural y social— en dos épocas: la de antes de la Guerra Civil y la de la posguerra. Hasta 1936, y en especial durante los años “‘20” y ‘30, se puede hablar de una moderna tradición artística influida por las corrientes vanguardistas, así como de un giro decisivo en la intervención de la mujer en la esfera de lo público, llegando incluso a alcanzar cotas de igualdad social con el hombre. Sin embargo, en 1939, con el país devastado por la guerra, se impone la ideología de los vencedores en todos los aspectos de la vida española. Frente a esta situación de censura, represión y miedo, muchos españoles decidieron exiliarse; sin embargo, muchos otros se quedaron y padecieron lo que hemos denominado ya exilio interior o insilio.  Y nos encontramos, entre otros, con los casos de Josefina de la Torre, Carmen Conde, Consuelo Berges o Concha Zardoya en los años de la posguerra. 

Resultó, además, que nadie esperaba a las poetas exiliadas, y las que permanecieron dentro callaron de nuevo enmudecidas por una concepción androcéntrica del pasado, propiciada por la Transición y continuada incluso ya en Democracia. Todas tuvieron que sobreponerse a las contradicciones del tiempo que les tocó vivir y después cargaron con la indiferencia y el desinterés de quienes ostentaban el poder político y social en supuestos tiempos de libertad. A esto hay que añadir el hecho de que las poetas, y todas aquellas que habían pertenecido al entorno del 27, fueron ignoradas por los críticos, los editores y los académicos, que favorecían las perspectivas masculinas. 

Paradigmático de este olvido el caso de Concha Méndez que desapareció oculta tras el portón de madera de su casa de Tres Cruces en Coyoacán (México D.F.) en el exilio. Su nieta Paloma, sintetiza muy bien la paradoja de su periplo vital que nos sirve para otros muchos casos:  

“Concha Méndez salió exiliada de España a los cuarenta y tantos sin llevar consigo más bienes que dos álbumes con recortes de periódico sobre sí misma. Por testimonios de sus amigos y familiares, sé que, desde los inicios de su exilio, su pasado se había convertido para ella en un relato delicioso, que le gustaba contar y que le obsesionaba (…) Me impresionaba ver su deseo de ser escuchada: de decir, sin decirlo, una y otra vez que, aunque nadie lo creyera tenía una experiencia vital y poética trascendente, al igual que Luis Cernuda, o García Lorca, o Manuel Altolaguirre. De quienes hablaba con un cariño y un respeto conmovedor. Menciono estos tres nombres porque pasé mi adolescencia viendo gente que llegaba a nuestra casa a visitarla, de México y otros países, para preguntarle sobre sus contemporáneos. No recuerdo que fuera nadie a preguntarle quién era ella.” (Ulacia, 2018: 13-16).

Nueve poemarios, un guion de cine, dos obras de teatro, campeona de natación, automovilista temeraria, tertuliana vanguardista de risa y voz clara, protagonista indiscutible de su tiempo, dinámica, espontánea, decidida. Y siguen las preguntas: ¿Cómo terminaron muchas de ellas siendo solo sombras, espectadoras de la historia? 


EPÍLOGO TEATRAL CONTRA EL OLVIDO: ÚLTIMA NOTA AL LECTOR 

Ser artista consiste en visitar las sombras. Pero desconozco si tengo el salvoconducto para salir ilesa de tal viaje. Hay artistas que no descienden lo suficiente porque se aterran con las visiones y solo nadan en la superficie. Nuestras poetas del destierro no pudieron volver a la cubierta para ofrecer el relato completo de lo que vieron y escucharon. Yo he asumido ese riesgo porque siento que ellas así me lo han dictado. Todos sus logros y sus renuncias han sido el alimento de una obra teatral. No he querido contarlas como si fuera una visita guiada al museo de los martirios. No he sido exhaustiva. Así que no me juzguen demasiado, porque yo soy arte y parte y también mi voz se rompe en el silencio. 

Recurro a las armas de la ucronía teatral e invento un “Mágico retablo”. Quiero de este modo rescatar de nuevo a algunas de nuestras protagonistas. En una especie de myse en abyme juego con ellas, las traslado al escenario de la historia y así me vengo del olvido y la desmemoria. 

Suenan los acordes de “Mujeres del viento” de Sensi Falán, el resto lo pondrán la fantasía y la imaginación de los lectores.  Este encuentro entre las tres Marías nunca sucedió en realidad, o quizás sí. Pero indudablemente estas tres mujeres compartieron espacio generacional y sueños en una España que no debería olvidarlas. Las Misiones Pedagógicas nos sirven de telón de fondo. Ellas son sombras recuperadas por la memoria y desde el presente nos convocan en esta ceremonia festiva del teatro. 

Se abre el telón. 

LEER "MÁGICO RETABLO"

PERSONAJES 

María Moliner (1900-1981)

María Teresa León (1903-1988)

María Zambrano (1904-1991). 

Madrid, años 80. Salón de una casa normal de clase media. Entre el discreto mobiliario de la habitación, destaca una mesa de trabajo donde se apilan en desorden recortes de periódicos atrasados, libros, fichas con palabras, una máquina de escribir antigua y un Diccionario voluminoso de dos tomos. Una mujer mayor, de aspecto venerable, mantiene una agitada duermevela en el transcurrir de la tarde. Es María Moliner. Con los ojos cerrados, se acompaña del traqueteo de un automóvil y el ronroneo de una gatita. Va recuperando el olor de la lluvia, los baches de las carreteras y el trasiego de sillas, plazas y gentes asombradas. El círculo de luz que la envuelva se alarga para albergar toda su energía. Las palabras vuelven a sonar como entonces, arrastrando de pueblo en pueblo el lema de las Misiones Pedagógicas republicanas. El espacio se llena de sombras recuperadas por la memoria. María vislumbra una presencia femenina que se presenta envuelta en el humo del cigarro que aspira y que se sitúa en una de las sillas vacías que flanquean su mesa de trabajo. 

UNA MUJER: Esta vez has tardado en llamarnos. ¿Lo ha hecho tu nostalgia o tu voluntad?

MARÍA MOLINER: Lo ha hecho mi delirio ¿Quién eres? 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: ¿No me reconoces? ¿Es que no hay un sol para los muertos? Llevo demasiado tiempo sola pero todavía tengo voz. Reconozco que esta vez la ausencia ha sido más larga. Acuérdate que yo siempre llegaba la última, y por eso he vuelto la última. ¿No has visto la televisión? ¿Te has fijado en mi abrigo blanco? ¿Crees que me queda bien? Me han preguntado tantas cosas que no sé muy bien qué les he dicho. 

MARÍA MOLINER: ¿Has hablado en nombre de todas? 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Creo que sí. ¿Por qué no has venido tú también a recibirme? (Lee en un periódico).: “La malagueña María Zambrano, la última exiliada regresa en el aniversario de la muerte de Franco”. Le he dicho a un periodista muy pesado que no me dejaba andar: “sí quiero estar aquí en Madrid, no es deseo ni nostalgia, sino amor, amor…”, no se enteraba de nada, el pobre. 

MARÍA MOLINER.: Por tus palabras entiendo que no sabes de mi vida. No me extraña. ¿Por qué has tardado tanto? 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: ¿Y tú me lo preguntas? He tardado tanto porque esperaba que la Madrastra se dulcificara. 

MARÍA MOLINER: Amiga, España nunca se dulcificará, es una fruta agria. Me hubiera gustado ir a esperarte. pero has llegado demasiado tarde. Por eso te llamo ahora, me han dicho que en 1984 algo cambiará. Las leyes serán las mismas, pero a lo mejor el aire se habrá limpiado e irá quedando la libertad de las palabras. Aunque la verdad es que no tengo muy claro cómo andará la cultura cuando llegues

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Anda que no eres machacona con lo de la cultura (Sonríe mientras lee de nuevo).: “Sin la cultura no hay posibilidad de liberación. Pensad en lo que sería nuestra España si todos los pueblos, hombres y mujeres dedicasen los ratos no ocupados por sus tareas vitales a leer, a asomarse al mundo inmenso del espíritu por esas ventanas maravillosas que son los libros”. ¿Te suena? 

MARÍA MOLINER: ¡Qué bien lo recuerdas! Nosotras, las patosas reinas magas llegábamos por sorpresa… 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Oye querida, de patosa nada, a lo sumo filósofa y melómana, y siempre Atenea, la hija del sueño… (Pausa). Anda que si María Teresa se entera, con el aire de artista que cultiva… (Aparece otra voz y otra presencia. Se adorna con un teatral sombrero de plumas y arrastra consigo una pesada maleta). 

VOZ DE MUJER: ¿Me llamabais? Estaba en casa. Aunque salgo poco y ando muy perdida últimamente, todavía acudo a las citas importantes. ¿Hablabais de la belleza, verdad?  Rafael me quería por rubia y alta, y figuraos que hasta Alfonso XIII se deslumbró conmigo. ¿No os lo había contado? 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Veinte veces, María Teresa. Y no le hace demasiada justicia esa anécdota a una republicana. 

VOZ DE MARÍA TERESA: Pues no entiendo por qué. 

MARÍA MOLINER: Anda siéntate y descansa que vas siempre muy ajetreada. Yo siempre sospeché que guardabas a buen recaudo los zapatos de ese baile. Te envidio, a mí nunca me han pasado cosas tan extraordinarias. Mi techo ha sido casa y mis pies de tortuga, solo mesa y papel.

VOZ DE MARÍA TERESA: Puede ser. Lo que no entiendo es que a estas alturas nos llames con tanta insistencia. Recuerdo que de niñas jugábamos a soñarnos. Tú siempre trazabas rayas de tiza sobre una rosa de los vientos y tus pies nunca se despegaban del suelo (Señala a Zambrano). Esta, en cambio, siempre tan evanescente, se movía como una santita franciscana llamando a su hermana Araceli. Las locas de los gatos os llamaban. 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Sí, ¿pasa algo? Y espigábamos violetas y botones de oro mientras cantábamos las malagueñas de Juan Breva. Ver la carita de mi hermana Araceli al nacer fue lo mejor que me pasó en la vida porque ya jamás volví a estar sola. 

VOZ DE MARÍA TERESA: (Burlona). Si yo no digo nada… 

MARÍA MOLINER: Tú, María Teresa, manejabas una espada y cantabas romances vestida de marinero. Yo pensaba que unas niñas no podían hacer tanto y paraba vuestro juego. Hablabais de doncellas guerreras, de locas de amor, de escaparse a los ríos para mojarse los labios. Hablabais de romper montañas, de coger barcos, de escalar los muros. Y mi madre siempre me decía que una niña no debía tener ensoñaciones, que debía protegerme con la manta del miedo. (Abre una cajita de música de la que salen los acordes de una canción infantil). Pero ahora sí quiero soñarme con vosotras, aunque temo que al despertar estaré separada de mí mirándome y mis dedos no alcanzarán a sentir ni el tacto de mi boca. 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: ¡Qué aburrida has sido siempre! (Pausa). Bueno, yo tampoco he sido unas castañuelas, la verdad. 

VOZ DE MARÍA TERESA: Basta, no hemos venido hasta aquí para competir por lo negro. Aunque sí os podría dar algunas nociones de estilismo. Estáis muy lúgubres, parecéis sombras. (Saca de su maleta algunos abalorios, plumas, abanicos y distintos sombreros de colores. Ríen todas al ponérselos). Siempre se lo decía a mis actores: ¡color, ritmo! no caigamos en el aburrimiento. 

MARÍA MOLINER: (Sofocada). Me da igual, nunca he sido nada coqueta. Mi estilismo acaba en estas trenzas de dama antigua y estas gafas de concha que hoy me adornan. 

VOZ DE MARÍA TERESA: (Burlona). Es verdad, siempre cultivaste un aire de anciana ilustre… 

MARÍA MOLINER: (Interrumpe). Y tú creías que con aquel mono azul de miliciana y el casquete ladeado con el lema de la República todos caían rendidos a tus plantas. 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: En el Batallón del Hierro éramos más de falda pantalón, la verdad. Así podíamos saltar a los camiones, montar en bicicleta, trepar a los árboles. VOZ DE MARÍA TERESA: Chicas, chicas, teníamos que hacer una guerra fotogénica, una guerra con coreografía, una guerra internacional. 

MARÍA MOLINER: Pero erais unas milicianas a lo Marlene Dietrich. Mª Teresa, a mí me gustabas más de Belisa lorquiana. (Recita algunos versos del personaje teatral, lo hace con afectación voluptuosa. Se coloca un sombrero estrafalario y trata de parodiar a María Teresa): “Amor, amor. /Entre mis muslos cerrados/ nada como un pez el sol. /Agua tibia entre los juncos, amor… Ama, ven: la criada perfumó la estancia con tomillo y no con menta como yo le indiqué…”. 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: (Continúa en el mismo tono teatral y paródico). ¿Es a mí? ¿Qué me cuentas niña? ¿Estás triste por eso?, ¿lo sabe Don Perlimplím? 

VOZ DE MARÍA MOLINER; “¿Qué tiene la princesa? /Los suspiros se escapan de su boca de fresa?... (Ríen ambas).

VOZ DE MARÍA TERESA: (Las interrumpe horrorizada y les arrebata el atrezzo improvisado). No puedo soportaros, callad, que no os oiga nadie, ¡no tenéis ritmo ni cadencia! (Suena una suave música y María Teresa se va transformando en la Belisa lorquiana de 1937) Va por ti Federico: “¡Ay! El que me busque con ardor me encontrará. Mi sed no se apaga nunca, como nunca se apaga la sed de los mascarones que echan agua en las fuentes. ¡Ay qué música, Dios mío! ¡Qué música! Como el plumón caliente de los cisnes… ¡Ay!”.

VOCES DE MARÍA ZAMBRANO/MARÍA MOLINER: (Burlonas, le dan la réplica). ¡Ay! Pero, ¿somos nosotras?, ¿o es la música? 

VOZ DE MARÍA TERESA: (Reconciliada, ríe). Menos mal que no os recluté para mis Guerrillas del Teatro. ¡Qué gran pérdida para la escena! Aunque bien mirado algún día os daré los papeles de Marcolfa y la Madre y haremos algún ensayo a ver si os meto por vereda. (Guiña un ojo. María Zambrano fuma y vuelve a sus pensamientos).

MARÍA MOLINER: (Molesta). La verdad es que nunca hemos tenido aptitudes teatrales. Mis pretensiones en Las Misiones eran más modestas, yo disfrutaba viendo los libros en las manos de esas gentes sencillas, de esas mujeres que tanto nos agradecían que les lleváramos cultura. Se inclinaban a nuestro paso, pero también nos decían: “Cuenten al gobierno cómo estamos. No se olviden de nosotros”. 

MARÍA ZAMBRANO: Y eso se llamaba dignidad. Tampoco se me olvida el hoyito en la cara de aquel niño de Belchite y sus dedos gordezuelos sobre los dibujos de aviones y barcos en colores.

MARÍA MOLINER: (Señala a María Zambrano). Tú descubriste aquellos tebeos de Tintín escondidos debajo de su jersey y le preguntaste para disimular: “Me han dicho que te llaman Minuto, ¿verdad?”

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Sí, sí, y él coloradísimo: “Sí señora, pero ¿tengo que leer todos los libros que me manda el maestro?

VOZ DE MARÍA TERESA: Aquella niña que se reía tanto con Charlot era mi preferida. Pensé proponerle a la madre que me la dejara para enrolarla en mis teatros… 

MARÍA MOLINER: …las mías eran aquellas jovencitas atolondradas: “¿Doña Juana, por qué no nos trae las novelas de Rafael Pérez?, “Muñequita, A espaldas del amor, Cuando pasa el amor, es que ese Cervantes y ese Calderón son un poco pesados”, "¡Hijas, cuántas pájaras tenéis en la cabeza!, pájaras de cuentas, pájaras diablo…” 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: (Continúa)…pájaras locas, pájaras niñas, pájaras resucitadas. 

VOZ DE MARÍA TERESA: Pájaras resucitadas, ¡qué hallazgo!, esas somos nosotras, sin duda. (Con energía). Pues vamos, ya que hemos llegado hasta aquí, seremos pájaras pintas de algún retablo de marionetas. (Va moviendo las sillas y dando órdenes en un intento de ordenar los elementos de la escena). Dieste dirigirá. No, mejor yo…, seré la doncella guerrera, tú Moliner la infanta cautiva, y a ti Zambrano si sueltas el cigarro te dejaremos el papel de caballo furioso. 

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Hija, menudo papelón. 

VOZ DE MARÍA TERESA: No entiendes nada. Yo te montaré y con un brioso relincho saldremos de escena. Tú, doncella cautiva, recitarás el romance de “La misa de amor” con el coro, y todas te acompañaremos. ¿Os acordáis de la letra?: “Mañanita de San Juan, / mañanita de primor, /cuando damas y galanes/van a oír misa mayor. 

MARÍA ZAMBRANO: “Allá va la mi señora. /Entre todas la mejor:/viste saya sobre saya,/ mantellín de tornasol,/camisa con oro y perlas/bordada en el cabezón.…,

VOZ DE MARÍA TERESA: Moliner, sigue, por favor, no te despistes. 

MARÍA MOLINER: “En la su boca muy linda/lleva un poco de dulzor:/en la su cara tan blanca /un poquito de arrebol/ y en los sus ojuelos garzos /lleva un poco de alcohol: /así entraba por la iglesia/relumbrando como el sol…”. 

VOZ DE MARÍA TERESA: (Interrumpe con palmadas vigorosas). Suficiente, mañana seguiremos con el ensayo. Ya pondré en la tablilla de afuera la hora. Levanta, caballo Zambrano, venga, que ya nos toca el mutis. Cautiva Moliner, la próxima vez no tardes tanto en llamarnos, sabemos de tus “tertulias” secretas y de los “robos” de nuestras metáforas. Procura hacer siempre honor a la verdad, aunque en tu cabeza se abra paso el olvido. También en la mía anidan las telarañas, es normal. Pero no olvides esto último que te digo: las divagaciones de la razón poética, los símbolos mistéricos déjalos para nosotras.

VOZ DE MARÍA ZAMBRANO: Tú eres una lexicógrafa, asúmelo, y solo debes cartografiar las palabras del mundo. 

MARÍA MOLINER: (Protesta. Las quiere retener en su círculo de memoria. Se va extinguiendo en sus oídos el ruido de los cortinajes que mece los arbolillos y las nubes del atrezzo. Grita febrilmente). ¿Dónde vais? No es justo, una doncella cautiva tiene que ser rescatada para la historia. A vosotras siempre os recordarán con brillo, ¿y yo qué?

¿Dónde quedará la Marita del jersey verde que deshojaba las margaritas a orillas del Huerga? ¿No me contestáis?. (Se vuelve hacia las sombras. Se han difuminado. Cambia la luz y oímos de nuevo su voz desdoblada del presente. Mira fijamente al frente, guarda la alegría del encuentro, pero también un eco de decepción. Se muerde los labios). Y yo, tan docta, no entendía nada (Sonríe). Las mujeres pedían una y otra vez “El Danubio azul” en la gramola, y la Zambrano les explicaba sin cansarse: “¡Despertad! Es el mundo, es su música. ¡Oídla!” (Baila torpemente mientras la música invade la escena y la luz nos devuelve engañosamente la figura de una mujer joven). ¡Chicos, acudid al baile!, y que vengan los maestros. Nos encontraremos todos en aquella escuela de Albal en la que huele a rancio y el frío se cuela por las ventanas ¡Cerrad las puertas! ¿No sentís en la noche un clamor?, venid todos a las ocho de la noche, vosotras también, chicas, os necesito más que nunca. (Se asoma a la ventana imaginaria mientras en el fondo del escenario se proyectan imágenes de cuadros de Berruguete, El Greco, Ribera, Zurbarán, Velázquez y Murillo Cuando se apaga la proyección se sienta cansada. Desaparece su energía. Cierra los ojos). Sé que soy pesada, tan escrupulosa, tan cumplidora, tan presa del deber: “Restituir al hombre la integridad y la conciencia de su valor”, integridad, conciencia, valor, libertad, lealtad, verdad…, (Empieza a tirar fichas al aire y con un breve silencio se va acompasando a su presente delirante). Me estoy quedando sin los grandes sustantivos, dice el médico que es la enfermedad, y también empiezo a perder los verbos, ayer se fueron tres, ¡qué desagradecido el puto verbo, dos veranos enteros de la Pobla dedicada a sus misterios! (Sonríe mientras empieza a repasar distraída las páginas de su Diccionario). Con Planta y Pez se me fueron tres meses: “Pez Ballesta”, “Pez del Diablo”, “Pez Globo”, “Pez Luna”, “Pez Reverso”, “Pez Gordo”, ¡qué insulsos! Y ahora así me pagan: aunque me queda su melodía, los peces se burlan de mí, los busco y saltan en piruetas, se desarticulan como peces rayiformes, siluriformes, signatiformes… ¡uf!, como yo, pez mujer, que pronto inventaré palabras disparatadas y hablaré con el lenguaje de los dementes (Impaciente, sigue recortando figuritas sin forma, y en un descuido se hace daño con la tijera. La gatita se asusta), ¡coño! que me he hecho sangre…Perussa, no, Angorina, aléjate, ya sé que mi pulso no es el mismo, ya llegarás tú a vieja, ¡caramba! ¿quieres que te recite el catálogo de las plantas? Tengo para toda la siesta (Vuelve a juguetear con las páginas del Diccionario. Lee.): Acantáceas, Amarantáceas, Apocináceas, Aquipoliáceas, Berberidáceas, Bixáceas, Borragináceas, vamos con las que empiezan con C… ¿te duermes, Perussa? No me extraña, ya lo dejo. (Se va haciendo un oscuro progresivo. María sale con un mutis majestuoso. La televisión retransmite imágenes en blanco y negro de la capilla ardiente de un dictador en el Salón de Columnas del Palacio Real. El público hace colas interminables que llegan hasta la Puerta del Sol madrileña. Son imágenes en diferido de un frío noviembre).

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